martes, 6 de junio de 2017

Reflexiones Cristianas - Milagro en el Terremoto - Una madre hace lo que sea por sus hijos



Esta es una historia que ocurrio en el año 1998 durante un terremoto en una provincia soviética. Y nos demuestra el amor de madre como es capaz de hacer cualquier cosa con tal de salvar sus hijos. Y como este mismo amor es el que nos demostro Jesucristo al morir por nosotros en la cruz. 

Quiero contarles una historia real que ocurrio en una provincia soviética durante el terremoto más grave que ha sufrido ese lugar.. Se derrumbaron cientos de edificios y murieron más de cincuenta mil personas. » 

Era el invierno de 1998. Cuando una mujer, llamada Susana, fue a probarle un vestido a su hija Gina; estaban en el departamento de la costurera, cuando comenzó el terremoto. La pequeña se había quitado la ropa. En ese instante se escucharon tronidos de cristales y fuertes golpes. La estructura de concreto comenzó a crujir. 

Susana alcanzó a Gina para protegerla de los muebles que estaban desplomándose. Todos gritaban aterrorizados. De repente, el piso se fracturó como una hoja de papel. Susana y su hija cayeron por el agujero. El edificio de nueve pisos se desplomó en unos segundos. Nadie alcanzó a salir. Mucha gente murió aplastada bajo una montaña de concreto, vidrios y varillas de metal. A cincuenta centímetros sobre Susana y Gina, quedó una losa de cemento detenida por algunas piedras. Gina estaba ilesa y podía moverse en una pequeña área. Susana quedó acostada de espaldas. Tenía una viga muy cerca de la cara que le impedía levantarse.

Se cortó la corriente eléctrica: Debajo de ese cerro de escombros, todo era oscuridad. Se escuchaban los gritos ahogados de personas pidiendo auxilio. “Mamá” dijo Gina llorando, “estoy muy asustada.” Susana contestó: “Acércate, hija, ¿te duele algo?” » La niña, de cuatro años, se acurrucó contra el cuerpo de su madre. No dejaba de llorar. 

» El ambiente estaba helado y Gina desnuda. Susana, haciendo un gran esfuerzo, moviéndose apenas, logró, después de mucho tiempo, quitarse su ropa, y se la dio a la pequeña.
» “Mamá” dijo Gina, “tengo mucha sed.” » La oscuridad y el frío congelante le impedían explorar lo que había cerca. Aún así, estiró los brazos y tanteó a su alrededor. Encontró un pequeño frasco de mayonesa. Lo abrió y se lo dio a la niña. Eso le calmó la sed y el hambre por el momento. Susana sabía que iba a morir, pero deseaba que su hija viviera, por eso, no tomó para ella ni una pizca de mayonesa. » Pasaron las horas. El frío se colaba por entre el cascajo en leves corrientes pero, a veces, el aire dejaba de fluir y el ambiente se congelaba. Faltaba oxígeno. » “Procura no moverte, hija” le dijo Susana, “si puedes, duérmete. » “Mamá, tengo sed.” » Susana volvió a buscar con sus manos. No había nada más que pudiera comerse o beberse. » Perdieron la noción del tiempo. La madre comenzó a sufrir pesadillas. Se imaginaba que estaba en el ártico, extraviada entre las nieves perpetuas, desfalleciendo. El hambre y el frío la despertaban y volvía a la realidad. Tenía la piel entumida y la boca seca. Escuchaba entre nubes la voz de su hija que cada vez sonaba más débil: » “Mamá; tengo mucha sed.” » Habían pasado dos días y dos noches. Susana tuvo un pensamiento claro: si no hacía algo pronto, su hijita moriría. Estaba desesperada. ¿Qué podía hacer para salvarla? La niña necesitaba un líquido caliente, pronto... Guardó el aliento y un estremecimiento le recorrió la piel al razonar que contaba con ese líquido: su propia sangre. Sin pensarlo dos veces, buscó el frasco de mayonesa vacío y lo rompió. Tomó uno de los cristales y se cortó el dedo. Se lo ofreció a la niña. Gina lo chupó con gran desesperación. 
» “Más, mamá” dijo la pequeña, “dame más...”
» Susana volvió a cortarse. La sangre salió de nuevo y su hija pudo beber. Perdió la noción de cuántas veces se cortó, pero Gina estuvo bebiendo la sangre de su madre durante los siguientes días. Cuando, al fin, la brigada de rescate pudo levantar todas las piedras que las cubrían, hallaron a una mujer moribunda y a una niña que aún respiraba... Las llevaron al hospital. Estuvieron muy graves, pero sobrevivieron. Fue un verdadero milagro. Lo dramático del caso es que la madre compartió con la niña su propio aliento de vida para salvarla. » Ahora, con este ejemplo en la mente, piensen en alguien muy grande y poderoso que, aunque podía haber juzgado y condenado a muerte a la humanidad por sus rebeldías, inexplicablemente prefirió perdonarla y regalarle su aliento de vida... Somos más que vencedores , porque hace más de dos mil años, el Padre dio a su propio Hijo, para que todo aquél que en Él crea, no tenga miedo nunca más. Dios mismo entregó hasta la última gota de su sangre purificando la de ustedes. Así fue como brindó a los seres humanos esencia de campeones. No por sus merecimientos, sino por gracia. Es decir, como un regalo...

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